Sumario: | "Con frecuencia, al volver a su casa después de alguna de aquellas prolongadas y misteriosas ausencias que provocan tan extrañas conjeturas entre sus amigos -o que por tales se tenían- subía a paso de lobo la escalera hasta la cerrada habitación, abría la puerta con la llave que nunca abandonaba, y allí, en el pie frente al retrato obra de Basil Hallward, con un espejo en la mano, miraba alternativamente el rostro perverso y envejecido del lienzo y la faz joven y hermosa que le sonría desde el cristal. La misma violencia del contraste avivada su deleite. Cada día se sentía más enamorado de su propia bellaza, más interesado en la corrupción de su alma. Examinaba con minucioso cuidado, y a veces con el deleite monstruoso y terrible, los surcos odiosos que estigmatizaban la frente contraída o crispaban los labios bestiales, preguntándose cuáles eran más horrible, si las huellas de la edad o las señales del vicio. Colocaba sus manos blancas y tersas junto a las horribles manos hinchadas del retrato, y sonreía"
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