Sumario: | Durante treinta años Tato Bores fue la encarnación más graciosa y aguda del humor político en la Argentina. Un chico para el que dio la talla como ninguno y que lo convirtió en objeto de vigilancia y muchas veces de censura por parte de los poderes de turno. Obsesivo, legendariamente memorioso y malhumorado, poco afecto a los ritos de la farándula, buen compañero de trabajo y magnífico amigo. Tato nunca condescendió a las tentaciones de una televisión fácil ni sucumbió a los elogios del poder que buscaban su aprobación, o mejor aun, su silencio. Una infancia pobre, una llegada a la actuación de casualidad, un encuentro temprano con el éxito que llegó para quedarse, Tato demostró desde su primero hasta su último programa que para sobrevivir a la realidad argentina se necesita al mejor actor cómico de la Nación
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