Sumario: | Tal como hemos visto en el seminario “Signos diáfanos en la tropósfera”, los fenómenos atmosféricos son parte del paisaje (incluso pueden constituirse como el paisaje) y a su vez, los paisajes poseen una dimensión auditiva y otra olfativa1. El reconocimiento de la existencia de la dimensión olfativa del paisaje no es novedoso; testimonios de ello se pueden encontrar en textos de la antigüedad, desde las referencias bíblicas a “la fragancia de los bosques del Líbano2”, a la Historia Natural de Plinio, quien afirma que “los suelos que sean perfumados serán los mejores suelos”3. Además de los innumerables ejemplos de vínculos entre paisaje y aromas que se pueden encontrar en textos literarios, son varios los textos académicos en que en los que figura este tópico (por ejemplo, The Andaman Islanders, Radcliff-Brown, 1922)4. Pero estas figuraciones no van mucho más allá de ser menciones y descripciones sucintas; en el estudio del paisaje percibido, la dimensión olfativa ha sido, por lo general, dejada de lado y sólo en publicaciones más recientes se la toma en consideración, sin llegar tampoco a ser objeto de un desarrollo importante.
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