Sumario: | Se ha dicho que pensar y dialogar con los niños y las niñas acerca de sus sueños y metas, los ayudará a formarse como personas organizadas, crecerán intelectualmente comprendiendo los conceptos de voluntad, trabajo, responsabilidad y solidaridad. Poder percibir el valor de su tarea les permitirá apreciar el esfuerzo que realizan los demás dentro de una comunidad. Les ayudará también a ir construyendo su futuro, su propia personalidad, a quererse a sí mismos y a aprender a ser tolerantes, no solo con relación a los otros sino también, respecto de sus propias frustraciones.
Es sabido que en esta etapa de evolución natural que transitan, acompañarlos es de suma importancia para alcanzar la madurez. El ámbito medular de contención y ayuda naturalmente son aquellos donde se hallan sus referentes afectivos más cercanos, sus familiares, pero también un importante rol en este sentido lo cumplen las personas que están a cargo de la enseñanza en las escuelas con sus docentes, en los clubes de barrio, o incluso en las iglesias. Del entusiasmo, la confianza y la ternura que reciban, dependerá la seguridad futura de los niños, pues solo así podrán aprender la aceptación de la adversidad, la resistencia al dolor y la resiliencia. Con esta apoyatura del adulto, podrán integrar las experiencias exteriores, gratas e ingratas, sin que ellas los debiliten, porque es un error pensar que solo necesitan abrigo y alimento, para transitar hacia la adultez ¿Pero qué sucede cuando estas instancias de protección están ausentes, debilitadas o fracturadas? ¿Qué ocurre cuando los niños/as no tienen a quién transmitir sus deseos y pesares? ¿podemos imaginarnos qué pueden llegar a sentir cuando nadie los escucha, nadie los mira o directamente los ignoran o los excluyen?
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